Hilversum. Bonito nombre. Hace unas semanas esta ciudad holandesa fue mencionada en todos los informativos. Esa fama fugaz se debió a que, el pasado 29 de enero, un individuo armado entró en las instalaciones de la cadena de televisión NOS con la intención de que le dejasen dar un mensaje en directo en el telediario. Al parecer no lo consiguió.
Nadie ha vuelto a hablar de Hilversum. Sin embargo los arquitectos, al menos los que tenemos interés en conocer la historia de nuestra disciplina, ya habíamos oído ese nombre.
La ciudad de Hilversum, aparece siempre vinculada al arquitecto W.M. Dudok (Amsterdam 1888-Hilversum 1974). Dudok fue el responsable de obras públicas de Hilversum desde 1915 y su carrera profesional está indisolublemente unida a esta localidad; allí construyó barrios residenciales, viviendas unifamiliares, escuelas, centros deportivos…y especial mención merece el Ayuntamiento (1924), por ser uno de los hitos indiscutibles de la trayectoria del arquitecto.
En general son edificios interesantes, inspirados e inspiradores, y que sirvieron de catalizador para cosas que sucedieron después.
Sin embargo, son otras cuestiones más íntimas las que me hacen sentir un vínculo especial con este arquitecto.
Fue en 1996. En una asignatura de construcción del tercer año de carrera nos encargaron realizar el seguimiento de una obra que se estuviese realizando en Madrid. Yo tenía un íntimo amigo que me ahorró la tarea de búsqueda; su padre era arquitecto y estaba iniciando la obra de un edificio de viviendas en Carabanchel, un popular barrio madrileño.
Con esa injustificada vergüenza que, en ocasiones, los hijos sienten cuando creen que sus padres pueden ser juzgados por otros, mi amigo me predispuso: “Ojo que mi padre es un rellenador de plantas profesional…¡no te creas que vas a ver una obra de Koolhaas!”.
El padre, un excelente arquitecto, había tenido hasta ese momento una carrera anónima, resolviendo profesionalmente proyectos sin mucho margen para la creatividad y presionado por clientes preocupados por plazos y presupuestos. Su hijo y yo estábamos en esa fase de la formación donde uno se nutre de lo más contemporáneo y disfruta del vértigo de la novedad, apoyados en la proliferación de publicaciones con despliegue de información gráfica. Al hijo le sabían a poco los trabajos del padre.
Recuerdo con bastante nitidez la docena de visitas de obra que hicimos los miércoles de aquella primavera ya lejana.
Al promotor, cliente habitual de “el rellenador de plantas” le vi en un par de ocasiones. Coche, ropa y reloj caros, actitud despótica y, en general, apariencia de persona poco cultivada. Realmente, el envés de lo que el padre de mi amigo representaba: prudencia, empatía, educación exquisita, cordialidad…todo acompañado por un agradable tono de voz te hacía sentir cómodo de inmediato.
Nunca olvidaré una mañana en la que el arquitecto se derrumbó; fue un momento, pero su mirada cambió. Al llegar a la obra comprobó que el promotor había decidido emplear un ladrillo para la fachada muy diferente al definido en el proyecto. Sin personalidad, sin textura, de mucha peor calidad y, a buen seguro, mucho más barato que el pensado y definido por el arquitecto en su proyecto.
Ya había muchos metros cuadrados de fachada levantados con ese ladrillo alternativo.
Recuerdo que, apoyado en un coche azul y mirando al suelo, a aquel hombre bueno, vencido por la frustración, se le saltaron las lágrimas.
Ese mismo curso fui a pasar una tarde de sábado a casa de mi amigo. Aquellas sensaciones aún habitan en mí y las recuerdo con cariño; luces indirectas, música culta de fondo, la tierna presencia de la abuela, una estupenda merienda…
El arquitecto estaba en el salón, sentado en un cómodo sillón y leyendo un libro con un formato imponente. Era una monografía de W.M. Dudok. Al levantarse para saludarme el libro se quedó abierto por una página en la que se mostraba, con una estudiada perspectiva, un edificio de ladrillo.
– Lo conoces, ¿no?-me preguntó sin mirarme y observando con deleite la imagen.
– Pues, pues…ehhh.- Supongo que balbuceé para no quedar en evidencia.
– Este tío es fantástico – Dijo con un íntimo orgullo y cerró el libro.
Al terminar la carrera y con el tiempo, cosas de la vida, los amigos nos perdimos un poco la pista, aunque cada tanto sabíamos el uno del otro por medio de conocidos comunes y, algún encuentro casual…recuerdo que coincidimos en una exposición.
Hace ahora algo más de un año que una maldita enfermedad se llevó a mi amigo. Sé que trabajó profesionalmente con su padre, que le dio tiempo de sobra a admirar y aprender de aquel “rellenador de plantas”. En esa familia había mucho amor.
Ahora, cuando llevo casi 15 años ejerciendo como arquitecto y los sinsabores de la profesión no me son en absoluto ajenos, me acuerdo en ocasiones de aquel Arquitecto, de sus lágrimas de impotencia, de aquella tarde de sábado, y de la admiración por la obra de Dudok en Hilversum.
Añoro a mi amigo y esa época de la vida.
Sirva esto como homenaje.